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Vitalismo integral


Blade Runner

Antes que nada hay que descartar el ideal. Hay que realizar una escisión entre el mundo real y el mundo ideal. Son opositivos. El idealismo es por antonomasia opositivo al realismo. Desde la realidad se sueña en un ideal lejano cuya lejanía obra de muro entre lo ideal y lo real. Lo ideal es la perfección. Entonces para deshacernos de un concepto debemos antes destruir al otro. La perfección no existe. La perfección es aquello que ha llegado al final. Lo perfecto es lo acabado. Lo terminado. Lo finalizado. Esto se opone a la transitoriedad del mundo. Más cabe reformular: la perfección no existe sino más que en la conceptualización misma de la perfección, es decir, existe en su categoría ontológica conceptual, pero a lo que nos estamos refiriendo es a la inexistencia en su categoría ontológica empírica. Tomemos por ejemplo un número, éstos no existen en la realidad concreta sino más que en el orden conceptual de la matemática. No existe el número uno, ni jamás existirá, sino más bien objetos que pueden representarse por unidad. En este sentido, es que las ideas, en tanto entidades abstractas, serán lo más útiles posibles en tanto y cuanto puedan aplicarse a la realidad palpable[1]. A la realidad de los sentidos. A la realidad en tanto terreno de la percepción. Por ello la conciencia práctica es aquella que camina con los pies sobre la tierra.

El párrafo que nos precede pretende ser una introducción a la crítica del sujeto ideal. El individuo ideal está preconcebido detrás del muro de las sensaciones. Es una idea ajena al mundo real, pero inspirada en las formas de la realidad, diametralmente opuestas a ésta. La cuestión a esto es: en el sujeto real no queda descartado el valor de lo corporal y lo erótico. En este punto retomamos la filosofía de Herbert Marcuse para analizar la transición entre el ser y el deber ser. Sólo a partir de la admisión básica del ser, es que podemos realmente establecer una ética del deber. Este camino puede ser llamado idealismo práctico o la pragmatización del idealismo. Es decir, sólo concebimos ideas a partir de lo real, no al revés. En el caso contrario es donde se sitúa la crítica al ideal: concebir ideas a partir de lo ideal, en tanto mandatos para ser aplicados a lo real. Este camino es estéril. No hay forma de alcanzar una acción vital si no es partiendo de la realidad, y formar en consecuencia al ideal lo más real posible. Llegados hasta aquí, es que podemos establecer el fundamento ético de lucha del vitalismo integral: una actitud de liberación tanto individual como colectiva, despojándonos intersubjetivamente de todas las convenciones del tradicionalismo cultural a fin al conservadurismo moral.


«En la sociedad capitalista se ha realizado un determinado modo, propio sólo de ella, del existir humano. A partir del sistema de la economía, todos los ámbitos han sido envueltos en ese proceso de “cosificación” que ha desligado de toda personalidad las formas de vida y unidades de sentido vinculadas antes con la persona concreta del ser humano y ha producido un poder que se encuentra entre y por encima de las personas».[2]


Si entendemos que la instancia fundamental de formación de la conciencia humana está en la niñez, tal como se vive en el interior de la familia, o admitimos al menos que a partir de nuestra infancia comenzamos a formarnos en tanto sujetos civiles, a partir de la cual comenzamos a desarrollar nuestra conciencia, podemos entonces entender que el hombre y la mujer que se han formado no sólo han adquirido sus categorías normativas y todo su marco de referencias para enfrentar el mundo a partir de la familia, sino que también por extensión de la sociedad industrial moderna que transmuta precisamente ese ámbito familiar. Es en este último punto en que la sociedad misma alienante se ha introducido a través de los medios de comunicación de masas, reemplazando a la familia, y formando a las mujeres y a los hombres con categorías que no salen de ellxs mismxs, sino del capitalismo.

Y aquí es cuando alcanzamos las orillas del pesimismo: al sospechar que las necesidades de las personas, así como sus anhelos, sueños y valores, han sido producidas por la sociedad alienada. Deseos, metas y moralidades, como productos de la sociedad alienada por el capitalismo mercantil, de modo que en una potencia capitalista se termina por asimilar cualquier forma de oposición o movimiento antisistémico. Mientras que en los países subdesarrollados la resistencia a la asimilación es mayor. Esta alienación expansiva sobrepasa las consecuencias de la producción material, donde el valor producido por el trabajo del proletario se le extrae junto con su condición humana[3] en el trabajo asalariado[4], otorgándole una condición de clase explotada; hasta las consecuencias de la cultura capitalista, donde la alienación está enfocada en la conciencia misma del ser humano moderno. Las sombras del pesimismo nos acechan al pensar en cómo escapar o combatir esto, cuando todo parece indicar que no hay forma alguna de escapar a la coacción.

A pesar de identificar en la especie humana una forma de sumisión mucho más desarrollada y difícil de penetrar, en la línea de Marcuse, logramos descubrir el equilibrio de lucha y medio de liberación gracias al arte. El arte como instrumento de liberación. El arte como medio de liberación para las masas. Un arte que produzca activamente un distanciamiento marcado por la intencionalidad de alejar al ser humano del dominio que está impuesto en toda la sociedad. De este modo, a través de un arte conciente, no sólo se focaliza en despertar un sentido ético o conciencia moral en el espectador, sino que también se pretende reorientar el rumbo de la cultura hacia el arte, hacia lo estético. Es por esto que es de vital importancia el arte en toda revolución. La pintura, la escultura, el cine, la poesía, la música, el teatro, etc.: el arte como la llave que abre la puerta a un extenso camino de liberación de la conciencia[5].

Si ya nombramos la llave para abrir la puerta, necesitaremos ahora algo de luz para caminar. La ejecución del arte comprende a su vez la posibilidad de alternativas: es en este aspecto imprescindible la tarea de la filosofía para contemplar los diferentes caminos. La filosofía como arte, como instrumento del arte, en tanto conector instrumental del medio artístico y su producción, en tanto el arte del pensamiento; o compañera estética del arte, ocupa un espacio fundamental en el desarrollo y la aplicación de las ideas revolucionarias.

Ni el arte ni la filosofía, aún manoseadas y bajo vigilancia de la clase dominante, quedan completamente sujetas al statu quo. En este sentido podemos implicar que no hay imposibilidad efectiva para la trascendencia de la alienación. Cualquier asomo al precipicio del pesimismo cuyo temblor nos evoca vislumbrar una desesperanza, presupone un miedo que nos es necesario enfrentar, si queremos liberarnos. «Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza»[6]. Los que ya perdieron la esperanza, en este sentido, por dialéctica se nos presentan como un motor para la esperanza. Esta relación dialógica nos conduce a la resignificación del pesimismo: lo que significa radicalizarlo. Extremar en el pesimismo es, bajo la figura circular de las relaciones históricas, tocar el otro extremo. Si los extremos se tocan, en el fondo del pesimismo, quiere decir, yace fulgente el optimismo. Un optimismo renovado. Una nueva forma de ver el mundo. Un renacimiento, cual el ave fénix que tras culminar en las cenizas, resurge ardiendo, elevándose, ascendiendo victorioso, reafirmando la vida, la lucha, la resistencia.

Afirmar, entonces, que ya no hay ideología, porque la ideología lo ha ocupado todo, es un error. La lucha por la ideología[7] dentro del conjunto ideológico, es equivalente a la existencia formal de los subconjuntos numerados dentro de un conjunto lógico. La perspectiva está determinada por el pasado que está siempre presente.

El sol de la mañana

brilla en la pared de la cárcel.

Se lleva las sombras,

quema la neblina

y el miasma de la desesperanza.

El soplo de la vida

acaricia la tierra.

Cientos de caras encarceladas

sonríen otra vez.[8]

________________________________

[1] Con esto no queremos decir que la matemática no sea útil o que no pueda aplicarse a la realidad, sino más bien es utilizada en este caso como ejemplo en tanto sus números son ficticios −perfectos-, y no así el ser humano. Es decir, la analogía no se trata sobre la matemática sino sobre el número y el sujeto.

[3] «El obrero ni siquiera considera el trabajo parte de su vida; para él es más bien un sacrificio de su vida. Es una mercancía que ha adjudicado a un tercero. (...).Para él, la vida comienza allí donde terminan estas actividades, en la mesa de su casa, en el banco de la taberna, en su cama». Escrito por K. Marx sobre la base de las conferencias pronunciadas en la segundaquincena de diciembre de 1847. Texto de Marx, en 1849; Introducción de Engels, en 1891. Primera Edición: "Neue Rheinische Zeitung. Organ der Demokratie" (Nueva Gaceta del Rin. Organo de la Democracia), del 5, 6, 7, 8 y 11 de abril de 1849 y en folleto aparte, bajo la redacción y con un 'prefacio' de F. Engels, en Berlín, en 1891. Fuente: 'Biblioteca Virtual Espartaco'. Ed. Marxists Internet Archive, 2000.

[4] «Si el gusano de seda hilase para ganarse el sustento como oruga, sería un auténtico obrero asalariado». Ibíd.

[5] Podríase objetar cómo puede suceder esto si quienes crean arte están antes sumidos en la sociedad que aliena, pero esto se responde fácilmente apelando al sentido del efecto dominó: el arte no nació con la sociedad moderna. Desde los antiguos tiempos en los cuales el homo sapiens poseía el suficiente tiempo libre para conocer su conciencia y expresarla, sin los terribles engranajes de la enajenación moderna, es que se comenzó a crear, y cada creación se fue sucediendo como una pieza de dominó vertical, cayendo sobre la siguiente, es decir inspirando a la siguiente creación de un otro, movidos en paralelo por el impulso innato de la creación humana.

[6] Cita de Walter Benjamin con la cual Herbert Marcuse concluye su libro El hombre unidimensional (Orbis, Barcelona, 1985).

[7] Idea-logos: el discurso de la idea.

[8] Nguyen Tat Than (1890-1969), más conocido por su nombre de guerra, Ho Chi Minh, el gran revolucionario vietnamita, escribió estos poemas en 1942 durante una estadía en prisión que sufrió en China. Había viajado a ese país durante la guerra antijaponesa para entrevistarse con Mao Tsetung, pero fue capturado por la policía de Chiang Kaishek y enviado a distintas cárceles durante más de catorce meses. Se trata de poemas breves que describen la vida en la cárcel con expresiones de tristeza, humor y espíritu de lucha. El presente poema se titula Mañana despejada. Versión adaptada por Gonzalo Finochietto sobre traducciones de: Fernando A. Torres (del inglés al castellano), y Emiliano Jáuregui (del francés al castellano, de la segunda edición de "Carnet de Prisión", Ediciones en Lenguas Extranjeras, Hanoi, 1965. La traducción original vietnamita al francés, y las notas, corresponden a Phan Nhuam. Digitalización, maquetación, edición y tapa: Editores Mantreros. Difunde: Biblioteca Popular, Los Libros de la Buena Memoria.

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