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La extensión de la idea


Bodhidharma meditando. Xilografía impresa por Yoshitoshi, 1887.

«No es sino sin prejuicios como se descubre la verdad, ya sea sobre la guerra de Irak o sobre la revolución del 36. Tener miedo a conocer para aprender y sacar conclusiones, es tener miedo a ser dogmatizado, sin darse cuenta de que ya lo estamos, por nuestra educación, en la que tuvimos que memorizar lo que nos decían para saber a qué tipo de sociedad íbamos a tener que atenernos». Con estas palabras finaliza el primer párrafo del apartado "¿No a la política?", de la Carta a los anarquistas, sobre los indignados. Sobre esta dogmatización que nosotros hemos identificado como alienación en nuestro artículo Vitalismo integral, es que se yergue ese rechazo[1] a ponerse los antejos[2] de la ideología crítica, o del pensamiento crítico a la ideología que nos aliena, a aquella que, según la Carta mencionada, nos dogmatizó. Los dogmas fundamentales son aquellos que nos instan a asociar, bajo una apariencia de inherencia, ciertas ideas a la ideología del capitalismo, de modo que el capitalismo termine por sustraer aquellas ideas que efectivamente podrían funcionar muy bien sin el capitalismo mismo. Uno de estos dogmas, analizados en el artículo El siglo del Nos, es la idea de la democracia asociada inherentemente a la idea de capitalismo, lo que a su vez sugiere la ideológica implicación que sostiene la univocidad de la democracia, lo que en otras palabras significa que la única democracia válida es la democracia indirecta del capitalismo. Esta validación es sólo una legitimación que se fundamenta por el poder. Este tipo de univocidades son las fundamentaciones de toda normalización.

Las acciones de las mayorías y el entorno hacen a la norma. La indiferencia a la politización[3] y el rechazo a la revolución cultural y política son también acciones. Si estas acciones implican injusticia y desigualdad, en tanto haya un descompromiso con el cambio de estas consecuencias a través del cambio de dichas acciones, significan entonces que son un error de orden moral. Por lo tanto, si estas acciones hacen a la norma, siendo éstas un error, entonces es justo decir que la norma es un error. En conclusión, hay que cambiar la norma. Hoy en día esta norma es la misma que permite la existencia del patriarcado social y de un sistema económico de explotación. Esta noma sólo puede sostenerse mediante dogmas, porque ni siquiera tienen sentido en sí mismos sino mediante la inmoralidad. De este modo por lo pronto entonces podemos afirmar que el capitalismo es inmoral.

El tipo de sociedad al que tenemos que atenernos, es lo que nos enseñaron que es normal. No obstante, para ellos, el capitalismo es moral. Su moral burguesa es su concepción de bien. Para nosotros eso no es correcto, como hemos dicho. Es un error. Pero si para ellos eso es bueno, la llave que nos libera de eso debe ser esencialmente malo. En este sentido, no estaba equivocado Oscar Wilde cuando enunción que el arte es inmoral[4].

El cuerpo también es un terreno a conquistar, al igual que la conciencia, y el entorno. Esto lo saben mejor las mujeres, que nosotros. En cada terreno hay una norma que impera. Hay una hegemonía. Una norma de clase. Una normalización que desciende de la clase dominante, que se manifiesta tanto en un orden ideológico como material. Hacer de cada terreno un campo de batalla es la instancia última de la lucha de clases. Esta norma es la que nos impide ver otra forma de expresión de los cuerpos, otra forma de manifestar la conciencia, otra forma de construcción del entorno. Todas las alternativas son, a la vista de la norma, anormales. Rarezas o utopías. Sin embargo no es irónico decir que el capitalismo es la única utopía que se encuentra en permanente realización, porque no funciona[5]. Por eso los defensores de la ideología capitalista, tildan a gobiernos distintos a ésta como «regímenes», cuando en realidad es mucho más lógico hablar del régimen capitalista. La tiranía del capital es la manifestación propia de la dictadura de la burguesía, por oposición a la dictadura del proletariado.


«Los gobiernos no nos temen por nuestras ideas políticas, sino por nuestra capacidad de extenderlas»[6].


En esta línea, es imprescindible comprender que la idea se extiende mediante las masas. Aún expresándose bajo índole virtual[7] o no, para la idea es indiferente; y las masas populares son las columnas básicas de la transmisión de las ideas. Por esta razón todo gobierno anti popular termina por reprimir a las masas. Porque la idea extendida, amenaza, lógicamente, a la normalización de la idea gobernante, que se encuentra por inercia[8] legitimada. Un gobierno, en tanto representación de la hegemonía opresora, no puede permitir jamás un atentado contra su norma. Un atentado relevante, es decir, popular. Porque desafortunadamente una expresión ideológica singular no tiene efecto significativo en tanto expresión individual, sino que adquiere valor revolucionario cuando se extiende por el campo popular de la sociedad. En la política la voluntad popular es de vital importancia. En el sufragio, por ejemplo, o en una revolución popular, es que se ve expresada esta voluntad en la fuerza de las mayorías. El poder de las mayorías en tanto legitimación cuantificada. Esta es la idea básica de la democracia: del gobierno del pueblo.

Y una de las principales normalizaciones, es la norma por excelencia: la norma del capital. El capitalismo como norma. El capitalismo foráneo[9]. Este es un aspecto más que fundamental para entender la colonización ideológica par excellence. El capitalismo como imposición. Destruir esta norma, es ante todo destruir el capitalismo. Este es el nacionalismo de liberación[10] que se planteaba especialmente en la primera etapa del peronismo argentino. No era una expresión simple de un nacionalismo burgués más, es decir, de una manifestación de los opresores para moldear la carne de cañón, sino que era una reivindicación de una nación en construcción de una norma propia, en contraposición de una norma extranjera: de la norma invasora por todos conocida como: capitalismo. En esta línea de razonamiento, es que, según la interpretación de un pasaje de John William Cooke en Peronismo y revolución, del historiador Gabriel di Meglio es que el peronismo es el hecho maldito del país burgués, y la contradicción peronismo-antiperonismo, es la expresión de la lucha de clases en la Argentina[11].

En definitiva, una idea se extiende cuando sobrepasa la individualidad. Podrá intentar replicase esta formulación apelando a mencionar lo que sugiere una contradicción: la idea del individualismo se extiende sin sobrepasar la individualidad. No obstante es equívoco plantear esa paradoja que se resuelve explicando que el individualismo no es una idea que necesite extenderse, porque se encuentra por defecto en el sistema que aliena y, por tanto, en sus sujetos alienados. Es decir, la idea del individualismo opera por inercia ciudadana.

Sólo una idea que se oponga al individualismo puede ser extendida. Esto tampoco significa que dicha idea sea naturalmente positiva. Puede surgir una idea "colectivista" que carezca de los principios básicos de la empatía y el placer, como el nacionalsocialismo alemán. Estos defectos surgen cuando el colectivismo no es total, sino restringido, i.e. cuando se excluye a cierta parte de la población bajo fundamentos erróneos. En este sentido, es que sería adecuado hablar de pseudocolectivismo. Anomalías propias del capitalismo[12].

Cuando la idea adquiere su valor colectivista justo, es cuando se entiende que todos somos uno[13]. Esto entendió Thích Quảng Đức, totalmente desapegado de su ego, cuando decidió sacrificarse[14] por una causa justa: en señal de protesta contra las persecuciones que el gobierno títere del imperialismo y anticomunista ejercía sobre los budistas.


«En cuanto a lo que opinen los burgueses, nos tiene sin cuidado. Lo que nosotros no podemos considerar “humano”, ni “normal” es el acondicionamiento espiritual que permite el conformismo en el seno de una estructura social injusta y deformante: lo lógico nos parece que se reaccione aun en forma neurótica o patológica, aunque se llegue a la neurosis o la locura, y lo anormal y repugnante resulta la aceptación del orden vigente, la “neutralidad” de los cuadros psiquiátricos, tomados como referencia para medir los “desajustes”. El rechazo del orden imperante puede traducirse en reacciones de psicología patológica, en actitudes de inconformismo que, en la medida que son más concientes, se vuelven más radicales. El Che Guevara es, precisamente, uno de los mas relevantes exponentes de esa rebeldia, guíada por la lucidez, es decir, traducida en praxis revolucionaria»[15].


________________________________

[1] Este rechazo, o resistencia interna, se da justamente como consecuencia de la dogmatización. Es un proceso extrínseco que se manifiesta intrínsecamente. En otras palabras podemos decir que la lucha de clases no sólo se da en el exterior de la conciencia, sino en la conciencia misma: en el interior. De este modo, la conciencia misma que fue alienada, dogmatizada desde sus inicios en la civilización bárbara, pugna por emanciparse. Esto se efectúa en el proceso mismo por la adquisición de la conciencia de clase. Ya enunció en su momento Nietzsche: «No soy un hombre, soy un campo de batalla».

[2] Alusión a la escena de la lucha por ponerse los anteojos, de la película They live, de John Carpenter, estrenada en 1988. Escena que Slavoj Žižek analiza en los primeros minutos de su documental The Pervert's Guide to Ideology, del año 2012.

[3] «Toda despolitización favorece al statu quo». John William Cooke citando al famoso profesor Duverger, en Peronismo y revolución. El peronismo y el golpe de estado. Informe a las bases (1973)[1971], Buenos Aires: Granica p. 101.

[4] Sentenciado en el prólogo a El retrato de Dorian Gray, novela de 1890 escrita por el irlandés.

[5] Hay que reiniciar el sistema.

[6] Última enunciación del apartado "Ideas abiertas" de la anteriormente mencionada Carta a los anarquistas, sobre los indignados.

[8] Esta inercia sólo es posible en la alienación.

[9] Palabras de Evita: «El capitalismo foráneo, el capitalismo foráneo y sus sirvientes oligárquicos y entreguistas han podido comprobar que no hay fuerza capaz de doblegar a un pueblo que tiene conciencia de sus derechos. Una vez más, mis queridos descamisados, uniéndonos al líder y conductor, reafirmamos que en la vida argentina ya no hay lugar para el colonialismo económico, para la injusticia social, ni para los traficantes de nuestra soberanía y nuestro porvenir...»

[10] «El nacionalismo sólo es posible como una política antiimperialista consecuente». Peronismo y revolución: el peronismo y el golpe de estado: informe a las bases. John William Cooke. Parlamento, 1985, pág. 13.

[11] Posible lectura del siguiente pasaje: «Lo que en 1945 había sido una concentración del poderío mediante la amalgama de fuerzas diversas, se transformó en causa de su debilidad cuando éstas tendieron a chocar. En lugar de aquella unidad existía una dispersión que se disimulaba por el liderazgo de Perón, aceptado sin reservas por la clase trabajadora y con apatía creciente por otros sectores, hasta convertirse en simulación a la espera de la oportunidad para defeccionar. Durante bastante tiempo, el prestigio de Perón evitó las colisiones, pero aunque podía absorber estas contradicciones, no las suprimía; algunas aparecieron a la luz en los momentos finales del régimen, otras después de la caída. El equilibrio era ya insostenible, y el frente estaba desarticulado. Eso explica por qué el peronismo sigue siendo el hecho maldito de la política argentina: su cohesión y empuje es el de las clases que tienden a la destrucción del statu quo. El peronismo es peligroso, y eso hace que el rechazo a la conciliación sea general en la clase gobernante aun sin contar el extremo rencor cultivado sistemáticamente por el gorilismo. No es por temor a que se restaure el sistema de 1945 (...). Lo que cuenta es la sensación de temor que inspira la fuerza revolucionaria, la autodefensa ante la posibilidad de que estos obreros que no se adaptan a las pretensiones de sus patrones y de los gobiernos cuenten con el poder y rompan el ordenamiento clasista». John William Cooke en Peronismo y revolución. El peronismo y el golpe de estado. Informe a las bases (1973)[1971], Buenos Aires: Granica pp. 103-104.

[12] El producto del capitalismo salvaje es la desigualdad social y la injusticia. Cabe aclarar que no hay capitalismo que no sea salvaje; si no es salvaje deja de ser capitalismo. No obstante adjetivamos para reforzar su comprensión sobre su naturaleza ideológica. Así es como Ernesto enuncia su primer párrafo en el artículo Los carabineros: «Si uno analiza cómo llega un joven común y corriente a ser policía, se encuentra que la mayoría lo hace cansado de ir de puerta en puerta de oficinas lujosísimas de diputados, patrones, autoridades, etc., en busca de una ocupación que le permita colaborar a la mantención de su familia o simplemente costear sus propios gastos». Son generalmente "trabajadores" no sindicalizados. Nos es difícil imaginarlos protestando contra el Estado cuando son ellos mismos los que se encargan de reprimir las protestas. Son el producto de la pobreza que genera desigualdad social e ignorancia. El capitalismo genera pobreza, y divide a la población en clases sociales. De esta pobreza y «grieta» nace la delincuencia urbana; de esta delincuencia nace el remordimiento, y del remordimiento nace el fascismo. Por consiguiente, sin capitalismo no hay fascismo. De la falta de oportunidades nace el gendarme, y de la ideología que le es impuesta por la propaganda de un sistema que necesita del monopolio de la violencia para sostenerse, y asegurarse. De este modo el monopolio de la violencia asegura las riquezas obtenidas de la delincuencia de la clase alta: politiqueros, banqueros, grandes empresarios liberales. Y luego genera la lucha de clases entre las fuerzas de la violencia estatal y la protesta del proletariado: ambos, en cierto sentido consecuencia de la exclusión del sistema capitalista. En conclusión, el sistema capitalista tiene que ser abolido.

Los policías no son personitas inocentes que sólo reciben órdenes, sino que no necesitan recibirlas para demostrar que son unos forros matones por naturaleza. Esto se evidencia diariamente en sus abusos de poder. Si todxs lxs policías renunciaran a su cargo, y ya nadie jamás quisiera volver a ser policía o milico; el Estado, al prescindir de su monopolio de la violencia, se vería obligado a combatir el crimen ya no mediante la represión, sino de raíz: modificando todo tipo de políticas y legislaciones que infieran la criminalidad en tanto causa de la desigualdad social y económica del país.

[13] «Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario». Carta del Che Guevara a sus hijos.

[14] John William Cooke, en su Apuntes sobre el Che, donde toca temas por demás interesantísimos, dice al respecto del sacrificio: «(...) la construcción del hombre nuevo sobre las ruinas del viejo orden y sus alineaciones ya ha comenzado y el tiempo ya esta maduro para la lucha y el sacrificio con que se inician las batallas definitivas. No hay epopeyas gloriosas pero lejanas sino estas, las de hoy mismo… (...) Las consecuencias con los principios llevados hasta el sacrificio de la propia vida es un espectáculo humano admirable. Reivindicar a nuestro compatriota como otro de los ejemplos ilustres que registra la Historia podrá parecer a algunos el máximo tributo a su memoria. (...) Él no buscaba su autosacrificio. Buscaba la victoria… (...) Por sobre todo el Che apostó su vida a los hombres, a la capacidad de ellos de tomar como guía todo ejemplo individual, a empeñar todos sus esfuerzos y a cometer todos los sacrificios en busca de la libertad común. Fue un héroe que no se consideraba imprescindible porque estaba seguro que los hombres y mujeres ordinarios son capaces de todas las heroicidades. (...) En estas vísperas revolucionarias, los sacrificios fructificarán, a corto plazo, y miles de brazos responderán a su llamado». También nos dice: «Y la muerte se vuelve importante porque es la alternativa a una vida que ha perdido. El revolucionario no busca la muerte, busca la victoria. Si no le importa la muerte es poque esa contingencia personal pierde importancia ante el objetivo que había contribuido a alcanzar. En otras palabras, porque esa muerte permitiría que otros hombres gocen de la vida auténtica que en la sociedad actual es negada. (...) Toda su vida es un acto de amor y desprendimiento con la mirada fija no en el abismo de la nada sino en el destino de los hombres. (...) Para comprender esto como todo lo anterior, es necesario saber lo que es la conciencia revolucionaria, la moral revolucionaria, el desprendimiento, ese desinterés por la propia vida. El despojamiento de todo egoísmo patológico o sublime (como la santidad); para el pensamiento revolucionario es un caso de plena vocación revolucionaria, del hombre nacido en esta sociedad a que aspiramos». Finalmente también realiza la siguiente crítica y advertencia sobre la «interpretación cara a los burgueses, como todas las que explican los fenómenos sociales inquietantes como problemas puramente psicológicos: el “resentimiento” sería el motor de la lucha de las clases , y las rebeldías tienen como causales frustraciones individuales, inadaptaciones familiares o sociales; las “protestas” son agresividades no canalizadas normalmente. El Che seria un caso tipico de personalidad fracturada, imposibilitada por causas por rastrear en la adolescencia para adaptarse a la convivencia y sublimada en formas heróicas que son impulsos a la autoaniquilación. He aquí, variante más, variante menos, cómo el hecho pertubador del guerrillero caído es reintroducido en los esquemas del pensamiento convecional como caso clínico sin más consecuencias que la incitación a que algún neurótico, excitado por el ejemplo, tambien se haga matar estrepitosamente».

[15] Ibíd.

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