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Apuntes para una poesía revolucionaria


Manifestaciones en contra del ascenso de Donald Trump

No hay, quizás, nada más difícil que escribir sobre la poesía, con todo lo que se ha dicho sobre ella y versificado, es probablemente el hecho menos sorprendente saber que no encontraremos nada nuevo aquí. No obstante, cuando se podría sugerir el silencio como la mejor opción, y consecuentemente a la deriva sumergirse en la creación y contemplación simultánea, optamos por la rebelión de la palabra.

Esta rebelión «consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos»[1]. Esta rosa es el color, es la poesía encarnada, y este mirar es la insistencia, es la permanencia de la mirada sobrepasando el epílogo del acto de mirar mismo, forzando no sólo los límites de lo observado sino reducirlos a polvo. La encarnación es la palabra. La palabra como la química que conforma la belleza, la crítica, la demanda, la descripción, lo vacío, lo profundo y lo superficial. Es la materia y la idea, o, al menos, en el cuerpo del poema que también es cadencia, aspira a serlo. No hay poema que valga la pena ser leído si no es la materialización de ese hierosgamos[2] nominal. No sin razón, el poeta y ensayista Alan Ojeda enunció, en relación a la dialéctica entre el peligro y el placer, o el pecado y la gracia, que aquello que subyace y sintetiza esa tensión es:


«El trabajo del poeta por restituir una unidad de la experiencia con el mundo a través de lo que se le escapa y lo dosborda»[3].


Esta unidad es mágica, y algunos la llamamos Amor. Es lo que Rimbaud intentaba reinventar en sus Delirios[4]. Es la unión de la cual se embriagaba Rumi. Una nostálgica alquimia del verbo para explotar la conciencia. Es el ankh mismo de la eternidad mundana.

Según Slavoj Žižek en una entrevista, dice que «el marxista británico Terry Eagleton propuso traducir ágape como “amor político”. Pero en este sentido, amor significa simplemente la idea central de los vínculos en un colectivo emancipado igualitario. Hay muchas formas de este colectivo, desde antiguas órdenes religiosas monásticas hasta partidos políticos progresistas». Es precisamente en este punto donde la política y la poesía toman forma. El amor en tanto unión, es la fuerza que mantiene unida no sólo la idea y la materia en la hoja concreta o virtual sino también la ciudadanía en el mundo. El proletariado humano. El pueblo como un gran poema que se expresa constantemente, culmina en la acción que también es palabra. Este matrimonio verbal entre el significante y el significado, entre el sustantivo y el verbo, es la materialización en tanto apología de toda acción. Es, emulando a Marx, la decimoprimera tesis sobre Feuerbach empero sobre la poética: Los poetas no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. Este llamado no puede ser ignorado por nadie que sea lo suficientemente conciente como para escribir.

XXXIV

Dejemos las cosas como están;

Hablemos de algo más ameno:

Esta materia no les gusta a todos,

Es aburrida y desagradable.

La pobreza, triste y penosa,

Siempre despectiva y rebelde,

Dice alguna frase molesta;

Si no se atreve, por lo menos la piensa.

XXXV

Pobre soy desde la infancia

De pobre y humilde cuna.

Mi padre nunca poseyó fortuna,

Ni su abuelo, llamado Oracio.

La pobreza nos sigue a todos de cerca;

En las tumbas de mis antepasados,

¡Cuyas almas Dios haya acogido!

No se ven coronas ni cetros

XXXVI

Cuando me lamento de mi pobreza,

Muchas veces me dice el corazón:

«Hombre, no te quejes tanto

Y no te agites en tal dolor,

Si no tienes tanto como Jacques Coeur;

¡Más vale vivir vestido de burdo paño,

Pobre, que haber sido señor

Y estar pudriéndose en un rico panteón!»[5]

Villon en estas líneas le está dando una bofetada a la mera conciencia contemplativa del lector burgués. En la estrofa XXXIV adquiere un tono de resignación desafiante, es un reflejo del pesimismo que percibe a lo lejos en esa apacible conciencia que sólo desea entretenerse. Es reflectivamente una crítica. En la estrofa siguiente (XXXV) emite una tonalidad esta vez humilde; esta vez no refleja al lector a lo lejos sino a sí mismo, en completa cercanía para quien desee, desde la distancia ajena, abrazarlo. Es la sinceridad del poeta desaparecido que habla con el corazón. Ese hablar es traducido en la estrofa que le sigue (XXXVI) en una tierna sátira de un espíritu por demás templado, rematando con ese humor característico de los desposeídos. En estas tres estrofas podemos identificar aquello que podemos denominar como el acto de ejercer la conciencia.

En el fondo, no hay revolucionario que no sea también un poeta, a menos que no se sea conciente de su propia actividad. Podrán replicarnos que existen poetas de derecha que, sin embargo, realizan muy bien su labor. Pero permítannos cuestionarnos: ¿realmente realiza bien su labor quien emula una ideología que oprime a la sensibilidad propia de quienes sufren la opresión? ¿No es, acaso, la poesía como un árbol que surge desde la tierra, es decir desde abajo, en lugar de una desmaterialización que cae del cielo? Quiero decir, no hay poema sin detalle. Y el detalle, mientras más se mire de cerca, nos exige acercarnos a la tierra. Las mejores obras de arte son, en consecuencia, aquellas que dominan el arte del detalle. En este sentido, no hay poeta que no sea esencialmente un revolucionario. Su existencia es consecuente a esta esencia. De ahí se sigue su humanismo[6]. Cualquier arte, y esto podrá sernos reprochado, constituye el ejercicio de una poética. Una imagen, una pintura, una escultura, un largometraje, la música, etc., constityen la realización de una armonía, de un equilibrio de formas, de repeticiones e intensidades que den lugar a la composición, que implica la exaltación y la fuerza de lo sensible. Esta musicalidad, podemos decir, o delimitación infinita de las formas, es el alma del arte.


«Hoy se hace pasar por “poesía” (y nos la imponen) la basura decorativa de “artistas” alquilados para disfrazar estéticamente la miseria que fabrica el capitalismo. Mueven la cola y hacen gracejetas al patrón que compra obra. Unos hacen monerías para ganarse becas o presupuestos y otros las hacen porque no les queda más remedio, algunos viven amargados por la humillación. Se hace pasar por “poesía” el idealismo solipsista y la obscenidad nihilista más impunemente disfrazada de “arte”. Se hace pasar por poéticas las payasadas de los comerciantes mass mediáticos. La burguesía no produce su “poesía” inocentemente. La poesía burguesa es parte de un arsenal de guerra ideológica, puesto a fabricar jabones para lavar la sangre derramada por una civilización que no encuentra dónde esconder todos esos muertos que produce minuto a minuto. Todos los instructivos ideológicos burgueses que se esmeran en embellecer la propiedad privada, la familia, las instituciones militares y el devenir de gobiernos ávidos de violencia rentable, se suponen dueños de las conciencias donde depositan sus deyecciones poéticas…, su proyecto esclavista»[7].


El párrafo citado precedente es el apunte más combativo de nuestra cuestión. El idealismo solipsista es también una enfermedad en filosofía. Es, efectivamente, la consecuencia de la fomentación del capitalismo por el individualismo. La obscenidad nihilista es, por su parte, también una consecuencia del orden material del sistema capitalista, tanto en su orden económico como cultural. La visión mercantil del amor, lo que el feminismo llama «amor romántico», es la principal fuente de este nihilismo sentimental que acecha el quehacer poético. Y esta visión es, en efecto, coherente a las implicaciones capitalistas. Es la capitalización del amor, de las relaciones sociales, de las esperanzas y, por supuesto, de las luchas sociales. Es por cada uno de estos motivos que justamente podemos establecer que esta clase de poesía no es más que la reproducción poética de la alienación[8].

«Nadie se crea Mesías, nadie se sienta salvador de la humanidad sólo por escribir “poemas”»[9]. Esta línea siempre tiene que ser recordada para aleajarse no sólo del pensamiento mágico del cual es fácil ser víctima en estos asuntos, a causa de la típica postura romántica sobre el arte sublimado, sino incluso para bajar el discurso del altar. Para no ejercer una oratoria artística desde el púlpito intocable, es preciso descender a tierra y tener contacto con su miseria y sus esperanzas. Es preciso, pues, descender de la montaña[10]. A fin de cuentas, ningún acto revolucionario es un proceso individual sino colectivo.


«Mientras tanto los logros mejores son sólo índices de un grado de avance importante pero parcial. Los poetas, pintores, músicos, teatristas, vídeoastas, intelectuales, bailarines…, no son más dueños ni más hacedores de cultura que los obreros, los panaderos, los electricistas... La idea de creación poética restringida a inteligentes o genios reproduce la separación clasista de la sociedad y la fetichiza. Los talentos individuales, que son innegables, deben explicar históricamente a qué intereses sirven, a que riqueza colectiva le deben su obra. Estamos sometidos a un modo de producción poética oligarca y burocrática porque estamos desorganizados. Hay vicios no poco esnobistas en muchos productores de “poesía” envenenados de vanidad que impiden la autoconciencia de sí como trabajadores necesitados de una organización política para una lucha emancipatoria. Se trata de una soberbia indvidualista paralizante y repelente a la crítica (y la autocrítica). ¿Podrá cambiarse?»[11]


Estimamos decir que aquel «avance importante pero parcial» referido es acorde a las formas, es decir al esteticismo, nada más. Pero, ¿qué es la forma sin contenido? O, mejor dicho, qué es la forma sin un contenido especialmente relevante. Recordando este punto en relación a la asociación anteriormente sugerida, entre relevancia y detalle.

En estas líneas: la ética precede a la estética. «Es indispensable establecer que en una sociedad dividida en clases el debate sobre la poesía es ineludiblemente un debate de clase. La poesía no es un fenómeno que puede despegarse de las condiciones concretas y las necesidades colectivas»[12]. El arte, en general, es también un frente de batalla. «En el examen de la historia no sólo hay que saber, sino que hay que saber de una cierta manera poética»[13]. En cierto sentido, pues, las formas de ver el mundo también lo determinan.

El valor de lucha de la poesía es fielmente representado desde el último romanticismo de la pluma de Lord Byron:


«Cuando los atenienses fueron vencidos en Siracusa, cuando mil soldados encadenados sufrieron la suerte de la guerra, debieron su libertad a la Musa del Atica; sus armoniosos cantos fueron su único rescate, lejos de la tierra natal. Al son de sus himnos trágicos, vislumbramos el carro del vencedor, que sorprendido se detiene de pronto. Las bridas y la espada inútil caen de sus manos; manda libren de sus cadenas a los cautivos, diciéndoles den gracias al poeta cuyos versos han alcanzado su libertad»[14].


Mientras que, por otro lado, el trabajo poético obra también en la alimentación básica de la conciencia templada. El arte, en general, hemos dicho en ocasiones pasadas que obra de llave para la liberación de la alienación de la cultura capitalista, y decimos también aquí que, luego, se nos presenta como un frente de batalla. Puesto que desde la conciencia liberada, o al menos desde la conciencia que ve con nuevos ojos el mundo, gracias al arte, termina inevitablemente por cuestionar las parcelas propias del arte. Y ahora establecemos una nueva función que consiste en la alimentación de la conciencia que no desea perecer. Podemos pensar en sólo dos ejemplos para ilustrar este punto: el poeta y cineasta Camilo Blajaquis y el revolucionario vietnamita presidente y poeta de su patria liberada Hồ Chí Minh. Ambos, en sus respectivos contextos, sobrevivieron gracias al arte poético. El primero, prácticamente renació. El segundo, se mantuvo firme. Camilo, o César Gónzales, escribió un magnífico poema, tremendo, titulado ¿Quién soy?, cuya una de sus líneas dice: «no habrá paz hasta que la igualdad no sea absoluta». Nuestro amigo el vietnamita escribió en la cárcel varios pequeños y humildes poemas como el que sigue[15]:

LEYENDO LA "ANTOLOGÍA DE MIL POETAS"

Los antiguos gustaban de cantar

a la belleza natural.

Los ríos y los montes, el viento y

las flores, la nieve y la neblina.

La poesía de nuestro tiempo,

debe cantar al hierro y al acero.

Y el poeta también debe saber

dirigir un ataque.

Los versos precedentes remarcan la dicotomía histórica de los pacíficos tiempos del campesinado, de los pueblos humildes en su relación armoniosa con la naturaleza circundante, propia de la calma del carácter asiático, en contraste con la hostilidad de los tiempos modernos, y su relación con el trabajo y la explotación. Justamente, al final, nos deja en claro que, en consecuencia, el artista debe también ser un luchador por la liberación, si no quiere también perecer por la explotación propia de un sistema sin alma. El poeta como guerrero, como soldado, como guerrillero que sabe tambié conducirse en un frente de liberación popular. Un hombre o mujer que no sólo saben utilizar sus manos para la pluma, sino también para el fusíl. Y aunque se sabe que las palabras muchas veces son balas, también hay que admitir que muchas veces las balas son palabras. Las sufragistas, antaño, nos señalaban que el macho capitalista, lamentablemente, sólo entiende el lenguaje de la violencia. No hay piedad en la opresión, por qué, entonces, debería haberla en los oprimidos...

Veamos ahora unas palabras de Cooke:


«El fracaso de las insurrecciones del 48 y de la Comuna de Paris, produjo en los artistas, el desgarramiento de una sociedad que aventó las esperanzas revolucionarias; hizo caer en ellos estrepitosamente el mundo de los valores, en el que habían creído y los puso frente a la realidad de una sociedad de la que eran marginales. La reacción desesperada ante ese desgarramiento tiene como ejemplo mas patético el de Van Gogh (otro “caso clínico”), que lo reflejó en su pintura y finalmente en el tiro con que puso fin a su vida»[16].


Este aspecto puede ser denominado el lado oscuro del arte. Aquel que afrontan quienes experimentan el sentimiento de derrota[17]. Aquella sensación que es necesario liberar de unx mismx, manifestar, expresar, reflejar, en una suerte de extirpación estética de una ética quebrada, dolida, triste o desencantada. Desafortunadamente, esto es producto común en el capitalismo feroz. No es, sin razón, la manifestación más usual de un sistema salvaje que oprime no sólo los cuerpos sino también la conciencia en su sentido existencial. Es, en efecto, algo así como un frente luego de la batalla. La guerra contra el capitalismo continúa, no obstante sus destrozos son evidentes y dolorosos.


«Mientras el Che cayó creía en la revolución, es el fin de las esperanzas revolucionarias lo que empuja a los poetas y artistas malditos a la muerte o a su vida “satánica” de acuerdo con una terminología convencvional, burguesa y que nada expresa, pero que resulta hasta aquí, tradicional. El Che cayó buscando revolución. Aquellos renegaron de la vida porque la revolución había dejado de ser posible. Mientras el Che cayó porque creía en la Revolución; es el fin de las esperanzas revolucionarias lo que motiva que los poetas rechacen la vida. Baudelaire, con un fusil al hombro, marchó con los insurrectos de 1848, dirigió un período revolucionario y durante años negó el arte que se desentendiese del problema social. Cuando comprendió que estaba condenado al insoportable mundo burgués es que llama a la Muerte, la Vieja Capitana, para que lo lleve al Cielo o al Infierno. Rimbaud, depués de cantar a la revolución futura y de participado en la Comuna, renuncia a la poesía y busca aniquilamiento de su condicion humana en el abandono de todo principio moral. Verlaine, tambien comunard cambia los tonos esperanzados de su poesía»[18].


Los llamados malditos siempre tuvieron una visión muy aguda de la realidad. Bien llamados malditos, porque una sociedad alienante no puede más que maldecir a quienes ejercen su agudeza crítica sobre los pormenores que se desarrollan en semejante sistema. Al ser el capitalismo industrial o moderno una derrota permamente, un sistema en permanente fracaso, una de las alternativas estéticas de combate es el cinismo, la maldad, la ironía, el sarcasmo, la locura... Cuando la revolución se presenta como un horizonte lejano, un estertor de imposibilidad, los agitadores[19] morales son necesarios para hacer temblar aunque sea a la conciencia. El licántropo escribió:


«No creo que uno pueda llegar a rico a menos de ser feroz; un hombre sensible no amasará jamás. Para enriquecerse hay que tener una sola idea, un pensamiento fijo, duro, inmutable, el deseo de acumular un montón de oro. Y para lograr aumentar ese montón de oro, hay que ser usurero, estafador, inexorable, extorsionador y asesino. Sobre todo, maltratar a los débiles y a los pequeños. Y cuando esa montaña de oro esté hecha, uno puede subir encima y, desde lo alto, con la sonrisa en la boca, contemplar el valle de miserables que ha dejado»[20].


Como podemos observar, tales palabras fueron escritas sin pelos en la lengua. Puesto que quien está abajo, en el sentido social del término, no tiene nada que perder. Un escritor que no escribe para la burguesía puede darse el gusto de ser honesto:


«El gran comercio roba al negociante, el negociante roba al comerciante, el comerciante roba al artesano, el artesano roba al obrero, y el obrero muere de hambre. No son los que trabajan con sus manos los que llegan arriba, son los explotadores de hombres»[21].


¿Qué más se puede agregar a las palabras de un tipo cuya conciencia fue liberada? La lucidez puede ejercerle daños críticos a la lógica del opresor. Una vez establecida la lucidez en el discurso, esparcida como esporas en las clases bajas, resta únicamente aflorar la imaginación desde el poder[22]. Es decir, realizar desde la toma del poder institucional, las propuestas necesarias para la transformación de la política, la economía y la cultura. Una vieja propuesta comunista, de las tantas que podríamos analizar de diversos autores, fue enunciada por el petit maudit:


«La mano que sostiene la pluma vale tanto como la que ara»[23].


En el poema en prosa titulado Mauvais Sang (Mala Sangre), nuestro poeta francés establece la sentencia (La main à plume vaut la main à charrue). Hay, generalmente, una ideología que desciende —de la idea a la materia— desde las clases altas que sostiene que el trabajo intelectual tiene más valor que el trabajo físico. Cuando, para nosotros, el valor del trabajo es equivalente. Otras interpretaciones acorde sugieren que el trabajo intelectual es dar una orden, y el trabajo físico es obedecerla. Que hay, a esto, un interés por mantener o ganar la posición del que da la orden. Esto es en parte cierto, pero incompleto a aquello que queremos referirnos: Karl Marx establecía una distinción entre el trabajo físico y psíquico. Entendemos, sin embargo, que no hay uno sin otro. Están necesariamente interrelacionados. Mas según su eje es que se establece una distinción: la susodicha interpretación es fundamental, empero este punto particular es también una crítica al prejuicio de que el acto de pensar u organizar tiene más valor que el acto que requiere la fuerza física. Cuando, en realidad, como hemos dicho, son absolutamente complementarios. A esto es urgente plantear que el trabajo intelectual, desde su punto básico como el estudio, debe ser remunerado, porque es, efectivamente, un trabajo. Claro que las clases dominantes jamás lo verán de este modo o aceptarán así, porque para ellos "trabajar" es recibir una orden. Por supuesto que el estudio autodidacta o la construcción ejercida en el espacio íntimo de una persona de, por ej., una silla o una mesa, son actividades dentro del marco de la libertad del individuo, o lo que se puede llamar trabajo informal; pero todo trabajo formal, o llamado en blanco, debería ser remunerado. De ese modo, no podrían existir diferencias en materia de ganancias sea para un obrero de construcciones, que para un diseñador o arquitecto, por nombrar otro ejemplo; porque ambos, desde sus inicios, habrían estudiado y/o trabajado en parelo, recordando que estudiar es trabajar. Es decir, nadie estaría en desventaja desde el principio en relación al tiempo invertido para el estudio. Una crítica a esto puede ser que algunos estudios son más complicados que otros, pero esto no es más que una excusa de orden subjetiva, que a su vez se anula con la referencia objetiva de medición: el tiempo. Es así como unas personas X e Y, que nacen, estudian en las instituciones públicas, sin que se les pague en estos momentos a causa de la prohibición del trabajo infantil, consecuentemente, en la adultez, ambos en igualdad de condiciones, podrían optar o por trabajar o proseguir los estudios terciarios o universitarios. Nótese que aún utilizamos la disyunción, para remarcar el orden de ideas del que partimos, pero que en realidad, lo que queremos decir es que desde la adultez, ambos estarían trabajando necesariamente: ya que, o estudiarían o realizarían otra labor. Si ambos son pagos desde sus inicios, X que no quiso estudiar, pero trabajó en otro oficio, ganaría lo mismo que Y, que decidió continuar estudiando, en el momento en el que este se reciba, y aún desde antes de hacerlo. No habría, a partir de esta escala temporal remunerada, una diferencia remunerativa que deba establecerse, porque las condiciones de igualdad desde su punto de partida fueron absolutas. De este modo, se elimina la explotación laboral a través del excedente que sublima la intelectualidad y desprecia la labor de fuerza física del proletariado. Dicho esto podemos establecer con claridad que un prestigioso arquitecto no es nada sin los obreros que estén dispuestos a construir la obra; y los obreros tampoco son nada sin la capacidad del arquitecto. Si ambos se necesitan mutuamente, entonces, queda abolida la relación patrón-obrero, para dar paso a una relación democrática y horizontal, en modo cooperativo. Ya que las ganancias, en relación de necesidades laborales correspondientes, terminan por ser equivalentes. Nadie tiene, entonces, que llevarse una porción más de la torta. En este aspecto, podemos decir: el comunismo ha sido establecido.


«Sin embargo, es la víspera. Recibamos todos los influjos de vigor y de ternura real. Y con la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades»[24].


________________________________

[1] Línea de Alejandra Pizarnik en su poema número 23, de su obra Árbol de Diana (1962).

[2] Esta categoría descriptiva no es un ripio, sino más bien una observación necesaria: deja en claro su marca mística, en su sentido antiguo. Es por esta razón que un poeta es, ante todo, un iniciado en los misterios. Porque para escribir en un lenguaje sin nombre aquello que no podemos decir ordinariamente, es necesario haber surcado pensamientos y sensaciones inescrutables; cuyo único más allá es la posteridad de la palabra, en la conciencia terrenal de aquellos que vendrán a darle vida con la mirada.

[3] Cita del artículo Sobre los dos árboles: entre la pasión cainita y la reconciliación, publicado en Noche Equis, el 3 de abril de 2017.

[4] Poema en prosa, de su obra Une saison en enfer (1873). Poesía Completa, Ed. Visor Libros, 4ta. edición (2009). Traducción de Una temporada en el infierno por Gabriel Celaya, p. 321.

[5] François Villon en Le testament (1461). Poesía Completa, Ed. Visor Libros, 3ra. edición (2005). Trad. de Gonzalo Suárez Gómez, p. 95.

[6] Esto, en términos poéticos. En el sutil campo de la palabra, en el territorio etéreo del verbo. Pero en su sentido material, es claro adherir a la postura marxista o sartreana, de que la existencia precede a la esencia. Esto quiere decir que las condiciones sociales de la existencia determinan la construcción de la esencia. Como vemos, existe una relación dialógica entre la poesía y la ontología.

[7] Fernando Buen Abad Domínguez, en su artículo titulado Poesía revolucionaria.

[8] «Somos testigos, protagonistas y víctimas de una guerra ideológica virulenta empeñada en imponer los valores éticos, estéticos y morales burgueses más nocivos y aberrantes (...). Se asesina al espíritu rebelde, sus creaciones, enseñanzas y comunicaciones a cambio de criterios post modernos neoliberales que entienden al Estado como hoobie gerencial. Se hace pasar por poesía la payasada burguesa que produce adornos para la explotación. La idea burguesa de “poesía” con que se envenena al mundo, es “poesía” decorativa, masturbatoria o mercantil. Desplante para desesperanzar al mundo. Aniquilamiento del entusiasmo dispuesto, con todos los recursos posibles, para decretar el fin de la historia y la muerte de las utopías. La poesía ha sido secuestrada por el capitalismo para frenar al espíritu y para someterlo al negocio burgués. No se puede (o debe) pensar la poesía al margen del estado que guarda objetivamente el desarrollo de las fuerzas productivas, al margen de la lucha de clases, al margen del debate Capital-trabajo. No se debe pensar la poesía al margen del trabajo, sin los trabajadores, sus circunstancias, las calamidades que los marcan y las potencialidades liberadoras posibles». Ibíd.

[9] Ibíd.

[10] Alusión al personaje Zaratustra del filósofo F. Nietzsche.

[11] Buen Abad Domínguez, op. cit.

[12] Ibíd.

[13] Ibíd.

[14] Lord Byron, Childe Harold's Pilgrimage (1812-1818), canto cuarto, estrofa XVI. Ed. Club Internacional del Libro, 1998, p. 125.

[15] Versión adaptada por Gonzalo Finochietto sobre traducciones de: Fernando A. Torres (del inglés al castellano), y Emiliano Jáuregui (del francés al castellano, de la segunda edición de "Carnet de Prisión", Ediciones en Lenguas Extranjeras, Hanoi, 1965. La traducción original vietnamita al francés, y las notas, corresponden a Phan Nhuam. Digitalización, maquetación, edición y tapa: Editores Mantreros, 2013, p. 46. Difunde: Biblioteca Popular, Los Libros de la Buena Memoria.

[16] John William Cooke, en Apuntes sobre el Che.

[17] «El repudio a la vida, la fascinación por la muerte, fue una de las formas en que se expresó la reacción de todo el movimiento artístico frente a las consecuencias de la derrota. Los poetas buscaron la fuga, pues ya no era posible alcanzar la victoria. Y si existe algún punto para comparar a esto al Che, ocurre que no es el de la muerte sino el de la Revolución. Porque asi como el Che no era en su subconsciente un esteta de la muerte, la muerte se le volvió un tema de los grandes artistas, sopor motivos intrinsecos a la estética o por las tendencias psicológicas de los artistas, sino como repercusión del proceso político en el que estos estaban comprometidos». Ibíd.

[18] Ibíd.

[19] «Es simplemente que la miseria y la pobreza son tan absolutamente degradantes, y ejercen un efecto tan paralizante sobre la naturaleza humana, que ninguna clase tiene realmente conciencia de su propio sufrimiento. Debe decírselo otra gente, y con frecuencia son absolutamente incrédulos. Lo que dicen los patrones acerca de los agitadores es incuestionablemente cierto. Los agitadores son un conjunto de personas que interfiere, que perturba, que llega a una clase perfectamente contenta de la comunidad y siembra en ella la semilla del descontento. Es por esta razón que los agitadores son tan absolutamente necesarios. Sin ellos, en el estado incompleto en que nos hallamos, no se produciría adelanto alguno hacia la civilización. La esclavitud se abolió en Norteamérica, pero no como consecuencia de la acción de los propios esclavos, o por algún expreso deseo de su parte para que se los libere. El sistema fue abolido como resultado de la acción abiertamente ilegal de algunos agitadores, en Boston y en otras partes, que no eran esclavos, ni propietarios ellos mismos de esclavos, ni tenían realmente nada que ver con la cuestión. Fueron, indudablemente, los Abolicionistas los que encendieron la llama de la antorcha, los que comenzaron todo. Y es curioso notar que, de los mismos esclavos, no recibieron solamente muy poca colaboración sino ni siquiera alguna comprensión; y cuando, al terminar la guerra, los esclavos se vieron libres, se encontraron tan absolutamente libres que estaban libres para morir de hambre y muchos de ellos amargamente lamentaron el nuevo estado de cosas. Para el pensador, el hecho más trágico de toda la Revolución Francesa no es que María Antonieta muriera por ser una reina, sino que el campesino hambriento de la Vendée voluntariamente saliera a morir por la horrible causa del feudalismo». Oscar Wilde, en The Soul of Man under Socialism (1891).

[20] Petrus Borel, en Champavert, contes immoraux (1833). Prólogo, traducción y notas a cargo de Fina Warschaver; Ed. Juárez Editor S. A., Bs. As., 1969, pp. 34-35.

[21] Ibíd., p. 35.

[22] Alusión a la consigna La imaginación al poder, del Mayo francés.

[23] Rimbaud, op. cit., p. 297.

[24] Ibíd., p. 359.

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